¡No reconocieron las cartas de crédito!

usercuatrop Sin categoría enero 20, 2021

Introducción

A través de las próximas siete entregas José Antonio Perrella, según sus propias experiencias, describe las vicisitudes por las cuales el empresario venezolano ha tenido que desarrollar su ejercicio empresarial en la Venezuela de los últimos cuarenta años.

Son textos cortos, los ejemplos son solo algunos de cientos de posibles opciones, pero de igual manera ayudan al lector a entender que ser empresario en Venezuela ha sido especialmente complejo no solo en los últimos 20 años, sino desde muchísimo antes.

Al final, se concluye en como esta ruta tan sinuosa terminó, en mi opinión, formando a ese empresario venezolano diferente y tan necesario para ese mejor país en el que soñamos, por el cual trabajamos y el que estamos ya empezando a tener.

Estos textos terminan mostrándonos como los venezolanos, sus empresas y sus empresarios, estamos listos para asumir el inmenso propósito de construir al país porvenir.

PRIMERA ENTREGA

¡No reconocieron las cartas de crédito!

Por José Antonio Perrella/enero 2021

A pocos años de iniciado mi ejercicio profesional como contador, viví la primera experiencia cercana de unos de los muchos tormentos que han tenido que enfrentar los empresarios en la Venezuela contemporánea.

Uno de los clientes bajo mi responsabilidad era una empresa venezolana importadora de partes automotrices de origen coreano. La recuerdo con claridad, era una compañía muy bien organizada y en sólido crecimiento, contaba de un estupendo almacén desde donde se desplegaba una fuerza de ventas al mayor que cubría todo el territorio nacional y contaba con dos locales para sus ventas al detal, uno estaba adherido al almacén en Caracas y otro en Valencia. En esas épocas empezaban a conocerse los vehículos coreanos, pero, además, los repuestos genéricos que fabricaban en ese país para el mercado automotriz en general ya eran famosos por su calidad y precio. Ese cliente era una empresa familiar, emigrados desde Perú a nuestro país, cuando todos lo hacían, la empresa les garantizaba el sustento, el desarrollo social y económico y el proyecto de vida de la familia Medina.

Yo me acostumbré, especialmente en mi primera década de ejercicio profesional, a visitar con frecuencia a los clientes que me habían asignado, verlos de cerca me aproximaba a su realidad cotidiana, y fue en una de esas visitas que viví la primera lección del realismo económico empresarial en Venezuela. En una inolvidable conversación, a mis 28 años, contrastando mi juventud llena de energía, de ilusiones y con la certeza de tener frente a mí un futuro brillante, tuve que escuchar al señor Medina, un hombre ya entrado en sus 50, con marcadas facciones indígenas andinas, quien con lágrimas irreprimibles me dijo, “doctor Perrella, no me queda más remedio que cerrar, mi empresa está quebrada, no puedo pagar las cartas de crédito”.

El gobierno del presidente Jaime Lusinchi, durante el último año de su gestión, sobregiró de manera notable la cuenta de divisas otorgada por la oficina de control cambiario de la época RECADI. En pocas palabras, ofreció y acepto solicitudes de acceso a divisas muy por encima de las posibilidades de honrarlas. En esas épocas el protocolo incluía la emisión de cartas de crédito por las entidades bancarias que luego, una vez embarcada la mercancía a ser importada al país, serian presentadas ante las oficinas de RECADI y liquidadas al banco emisor de la carta de crédito.

Al tomar posesión el nuevo gobierno de Carlos Andrés Pérez, un gobierno pragmático y necesario, decidido a lograr sus objetivos, encontró que muchísimas de esas solicitudes de divisas eran fraudulentas y puso en evidencia una de las mayores estafas a la nación hasta la época. El resultado obvio fue poner en duda todas las cartas de crédito otorgadas en los últimos 18 meses que estaban aún pendientes de pago. Además, las reservas de la nación no soportaban desembolsar las divisas necesarias para cumplir con las solicitudes, por lo tanto, la medida gubernamental fue contundente.

El señor Medina, quien tenía vencidas cuantiosas cartas de crédito de importaciones licitas y verdaderas, no pudo conseguir los fondos para honrarlas, era inminente la no aprobación de las mismas y se venía venir la necesaria liberación del control de cambio, y, obviamente, la dolorosa e ineludible consecuencia fue irse a la quiebra.

No supe más del señor Medina. Posiblemente se reinventó, quizás fue sabio y había logrado acumular suficiente dinero guardado para fundar otra empresa o para retirarse, o quizás se fue del país, aunque dudo que a su Perú natal que en esas épocas sufría despiadadamente.

Yo aprendí claramente la lección, perdí a mi cliente, y él perdió a su empresa. Fuimos víctima, cada quien, con su propia dimensión, de un gobierno pragmático e insensible que obligado a actuar ante la debacle que recibió de otro gobierno irresponsable y corrupto, arrasó sin piedad con ambos. Aprendí que Venezuela es un país con una inmensa desigualdad de fuerzas en su economía, donde el gobierno manda, decide, pone el dinero donde y cuando quiere, a su discrecionalidad, a su conveniencia y, en función de sus intereses, legisla, decide y sentencia.

Los empresarios han sido unos enanos que están allí, jugando un juego que perderán irremediablemente cuando el poderoso así lo decida, y ante tal panorama aterrador aprendí con solidez porqué se aplicaba rigurosamente en nuestro país el principio básico de la economía capitalista: “a mayor riesgo mayor debe ser el beneficio”.

Y con todo eso tuvimos que lidiar. Esa lección la aprendí en el lejano año 1989.